El Argentino Magnífico

para Sebastián Randle

 

 

Por toda la hermosura
nunca yo me perderé,
sino por un no sé qué
Que se alcanza por ventura.

Juan de la Cruz

 

No es bien que mi flaqueza defraude esta verdad.

Don Quijote

 

I. Vir verax

 

Muchas gracias por invitarme a esta celebración en honor de Leonardo Castellani y de su estimado biógrafo Sebastián Randle. Otorgándome la oportunidad de volver al país de Castellani y reunirme con sus amigos de carne y hueso, sepan que ello ha aumentado considerablemente el coeficiente de realidad de mi existencia. En un mundo cada vez más abstracto y virtual, nunca estaría lo suficientemente agradecido por este gesto.  

Me llamo Erick Audouard, soy católico, francés, escritor, esposo, padre de un hijo – más o menos en este orden. 

Para empezar, debo destacar dos puntos importantes. Primero: he presentado y traducido a Castellani en un libro de publicación inminente  en Paris (en el próximo mes de noviembre), pero no soy un traductor profesional.  Lo traduje y seguiré traduciéndolo, si Dios quiere, porque nadie se ha tomado la molestia en hacerlo – o mejor dicho porque nadie se ha tomado el gusto de hacerlo. Aquí, para que las cosas queden bien claras, cabe aclarar mi situación cultural-geográfica. Muchos argentinos todavía albergan ilusiones culturales sobre Francia. Ahora bien, como nunca antes en su historia, Francia se encuentra bajo la dictablanda del divertimento y de la opinión fabricada y falsificada en las farmacias tecnocráticas, con el consentimiento pasivo de los pseudo-intelectuales y de una población que aborrece de su historia y se odia a sí misma. Desde el comienzo de la civilización occidental, un signo de la vitalidad de una cultura consiste en la infusión de genios de otro país en su propio idioma. Hace ya 35 años que murió Castellani; nunca se ha traducido, y podemos apostar que no será leído, sino por pocas personas que pertenecen al resto fiel. 

Segundo: hace solamente dos años que descubrí la existencia de Castellani. Por casualidad, por suerte, hace dos años he oído su nombre y los primeros balbuceos de su leyenda – leyenda a la vez dorada  y emplomada. Decir esto, entre vosotros, es como decir que nací ayer. Es como decir que todavía tengo mis dientes de leche. Por lo tanto, me disculpo de antemano por la ingenuidad de estas pocas palabras acerca de un escritor y de una obra que algunos de ustedes conocen desde hace décadas o desde siempre.

Cuando comencé a leer a Castellani, a buscar sus libros – tarea nada fácil –, recordé que, en los años ochenta del siglo pasado, un equipo de paleontólogos (dos italianos, si no me equivoco) hizo un descubrimiento notable. Encontraron al pie de las montañas argentinas los huesos fósiles de un ave gigantesca, un pájaro con alas de siete metros de ancho – el más grande que jamás voló en la atmósfera. Este increíble volátil pertenecía a una especie extinta desde seis millones de años. Impresionados por su tamaño, y también, sin duda, irónicamente – debido a la relativa fealdad y monstruosidad de este tipo de cóndores gigantes – le bautizaron Argentavis Magnificens: el Argentino Magnífico. 

Cuando encontré las primeras piezas de Castellani, una historia similar parecía pasar en mi vida. Convencido que mi descubrimiento era un hallazgo excepcional, lejos de Argentina, con los medios a mi alcance en Francia, yo trataba de reunir, poco a poco, los miembros dispersos de la obra, – una obra cuya escala, cuyo tamaño y amplitud aumentaban con cada nuevo fragmento. 

Era obvio que yo tenía que traducirlo, que era un deber hacerlo, no solamente para compartirlo con mis compatriotas sino también para descubrirlo a través de las entrañas de la lengua. Me informaban sobre él numerosos testimonios, prólogos y estudios, pero muchos elementos faltaban para mí. Había como eslabones perdidos. Sobre todo, ciertos discursos demasiado edificantes no me permitían responder a esta pregunta: ¿por qué milagro este fenómeno podía arreglárselas para volar? ¿cómo podía simplemente vivir en este mundo sublunar? 

Entonces un día decidí escribir una carta a su biógrafo, – una sorpresa más, que el animal extraño e fabuloso, este escritor completamente desconocido, enterrado mil pies bajo tierra, tuviese ya un biógrafo, es decir un paleontólogo que había trabajado durante décadas para reconstruir la unidad del pobre monstruo literario, filosófico y teológico de la calle Caseros. 

Sin forma, de inmediato, y como si él me estuviera diciendo “Ah, quieres saber, che? Así vas a saber!”, Sebastián es el paleontólogo que me envió los resultados de su investigación : un enorme volumen, exhaustivo, tanto científico como apasionado, donde relata una vida casi sin una sola « anécdota », o mejor dicho una vida donde cada anécdota es un signo, un mensaje que significa, así como los textos de su obra : una obra que era vida, una vida que era obra. 

Como dice Paul Claudel en su prólogo a un libro de Albert Frank-Duquesne, “hay vidas que son parábolas”. En un momento, Sebastián habla específicamente de “la parábola de la vida” de Castellani, de la parábola vital de este gran “parábolero” que era Castellani. Confiesa de ese modo que se debe interpretar la existencia de Castellani, hacer exégesis de la “sua vita”. Y nos recuerda que el cristiano verdadero habla no sólo con palabras sino con hechos. No hay duda que el mismo Castellani habla de su proprio ideal, y aun de su propia vida, cuando él escribe esas luminosas frases sobre Kierkegaard: “Él ha calcado esforzadamente su alma individual, su “existencia” – como habla él – sobre la doctrina de Cristo y las luces que Dios le daba; y Dios le daba, a lo que podemos colegir, una “luz negra” devoradora, para convertirlo en una señal en la noche. Él “gesticuló con toda su vida”, como San Juan el Crisóstomo: lo que dice nos es sermón, no es retórica, ni es creación poética pura, ni es sistema, sino modelado vital.”

Iniciado y deseado como ideal en la primera parte de su vida, este “modelado vital” se convierte en un duro y doloroso esfuerzo en la segunda parte, desde el episodio de Manresa. Sebastián nos advierte que el tiempo ha pasado desde la escritura de la primera parte; las búsquedas fueron a veces más fáciles gracias a internet, y el entusiasmo de la juventud ha dado paso a la reflexión más equilibrada, más interrogativa, a veces teñida de perplejidad. Pero lo que pasa es que la segunda parte de esta vida es quizás aún más apasionante, porque a partir del famoso colapso de Manresa comienza la Pasión de Castellani – o como él lo decía para el poeta Gerard Manley Hopkins, cominenza The Wreck of Castellani. Comienza su largo calvario en un mundo cada vez más similar al mundo en que vivimos hoy en día.

La biografía despliega este calvario o naufragio – calamidad ambulante para la edificación y la vergüenza de la gente cómodamente sentada – donde yo pude ver entonces cómo Castellani había unido y encarnado, hasta las últimas consecuencias, verdad, virtud y virilidad – que tienen en común la misma raíz latina en la palabra “vir”, que significa “hombre”, como lo saben. Así, una de las lecciones que surgen de la lectura es que ser cristiano no es solamente divinizarnos siguiendo el modelo crístico: ser cristiano es ser verdaderamente y profundamente hombre.

Para volver a mi primera sensación, al final, a través de esta biografía tan monstruosa como su objeto, vi aparecer el cuadro más completo posible de Leonardo Castellani. Vi aparecer la silueta viable y perenne del real Argentino Magnífico – Argentavis MagnificensVir Verax, de tipo catholicus catholicus.

 

II. El alma de Castellani

 

Más que el genio, más que numerosos talentos, Castellani poseía una virilidad espiritual innata – que se caracterizó principalmente por la imposibilidad física de mentir, sobre todo de mentirse a sí mismo. Ustedes conocen su sentencia tan ingenua como escandalosa: “Todo el mundo sabe que tengo razón, incluso su eminencia; todo el mundo sabe que no me la darán, incluso yo”.

Hoy en día, la virilidad espiritual es un estado excepcional que no es un buen augurio. Los mismos cristianos rechazan la virilidad espiritual como la peste, como si fuera el retorno del machismo, del fascismo y de las Waffen-SS… Pero, hoy en día, aún la verdadera salud mental huele mal. Es un hecho: apesta. A lo mejor, es una mala señal. En el peor de los casos, es un chancro, una ulceración que ataca tal como un ácido el buen funcionamiento de la sociedad moderna o post-moderna.

No se preocupen, no voy a dar una definición de la salud espiritual que tiene ciertas otras características espantosas, como respetar naturalmente la ley natural, por ejemplo, o amar a Dios con todas sus fuerzas, o amar a su prójimo como a sí mismo, sentirse el guardián de su hermano, no hacer a los demás lo que no queremos que nos hagan a nosotros, – en fin, todas estas polvorientas antigüedades bíblicas, tan poco rentables, tan poco lucrativas… Basta saber que ahora la llaman “fango”, la llaman “locura”, incluso la llaman “integrismo” o “fundamentalismo”, – lo que no deja de ser instructivo, de parte de una sociedad que carece absolutamente de integridad y fundamento… Basta ver los modelos que propone la visión tecnológico-espiritual del totalitarismo actual, su higienismo hedonista, su medicina correctiva que busca y encuentra todos los medios para reducir el alma humana a la eficiencia mundana, tratando de eliminar el dolor y todo sufrimiento (incluso, y sobre todo el sufrimiento que resulta del conocimiento de uno mismo) que es precisamente lo que eleva al hombre, que produce la virtudes, el coraje, la dignidad, la nobleza, la caridad, la superación de sí mismo, etc.

En mi opinión, lo que se descubre principalmente en la biografía de Sebastián, es una imagen polimórfica de esta virilidad espiritual integral, una encarnación múltiple de su gesto, la efusión perpetua y los acontecimientos mortificantes de un alma profundamente sana en un mundo profundamente enfermo.

Si me permiten, ahora me gustaría enfocar un poco esta « profundidad » del alma de Castellani. Hoy en día, solemos confundir profundidad y complejidad, simplicidad y simplismo. Esta confusión es una obra maestra: la obra maestra de la superficialidad…

Soy poeta, y a los poetas le gustan las imágenes (a veces demasiado). Entre muchas, en la segunda parte del libro de Sebastián, yo elijo casi al azar una que, además de ser fortísima, tiene un contenido muy profundo. A propósito de algunos de sus enemigos y detractores, Sebastián escribe esto: “Castellani es, todo él, un torpedo que les pega bajo la línea de flotación.”

Hermosa y poderosa imagen: a la manera de Castellani, expresa y muestra muchas ideas en pocas palabras. Vemos la trayectoria perfectamente rectilínea, perfectamente silenciosa, de su verbo en forma de misil; vemos la fuerza de choque y la eventración de la carcasa blindada de la mentira; oímos el ruido sordo, distante, de este choque bajo el nivel del mar, y vemos la vía de agua salada llenando el pañol, inundando la sala de máquinas y la caldera de la falsedad – todo esto mientras los pasajeros, tomando el sol en la cubierta, no se dan cuenta que fueron golpeados hasta la muerte… Pero más allá, existe la idea que la gran mayoría de los hombres viven en la superficie, como en un gran buque trasatlántico: en la superficie se levantan, duermen, beben, comen, se aman, se pelean, nacen y mueren… Hasta nosotros creemos, tan a menudo, que algo importante puede ocurrir en la superficie. Y que podemos respirar el aire de Dios restante en el exterior, tranquilamente tumbados en las sillas de la cubierta. Que es posible conocer el medio divino sin otro esfuerzo que dejarse flotar en la superficie de las cosas.

Esta ilusión, Castellani no la permite. No la condena – la superficie existe, la frivolidad existe,  – pero él no permite que dure y continúe como ilusión, que se extienda y se presente como algo distinto de lo que es; él no permite que sea llamada profundidad o salvación, por ejemplo… Es una de las razones – para mí tal vez la más importante – por la cual su obra, su palabra, su verbo, no ha tenido el éxito que merecía. Era un verbo profundo, era una mirada profunda. Y cuanto más profunda es una mirada, tanto más pasa desapercibida por aquellos que justamente mira. Cuanto más profundo es un pensador, tanto más pasa desapercibido por quienes él mira.

Pero es menester precisar una cosa: resistir la atracción de la superficie es difícil. De hecho, es una cosa muy rara, es una cosa singular no seguir los ojos de la multitud cuando miran la superficie, cuando millones y millones de hombres miran ansiosamente la superficie, cuando miran con esperanza y se dejan fascinar por lo que sucede allí, o por lo que se dice que sucedió, o por lo que se dice que debería estar sucediendo… La mayoría de las veces, el esencial no florece en la superficie. El esencial sucede en lo invisible. Comienza a aparecer donde empieza el reino de la profundidad – bajo la línea de flotación…  Y, como lo escribe Sebastián, Castellani pega bajo esta línea, – una línea que se podría llamar “la frontera de la Opinión Pública”, o “el punto ciego del campo de visión colectivo”. Castellani pega y golpea con insistencia – como un santo submarino acostumbrado a la respiración bajo el agua – para torpedear sus enemigos, sin duda, pero sobre todo para hacer sentir la existencia y la presencia de la realidad hundida, para despertar y abrir los ojos de los hombres a la realidad oculta bajo esta línea.

Esta realidad profundamente hundida está llena de inmensas bellezas, pero también de hechos terribles. Está llena de cadáveres, por ejemplo – cadáveres de víctimas y mártires, inocentes criaturas expulsadas por la comunidad de una manera o de otra, sacrificadas por la comunidad que necesita – para seguir flotando sin problemas – olvidar sus nombres, o peor: que necesita afirmar que fueron ellos los verdugos…

Eso, es lo que han dicho todos los profetas hebreos. Es lo que ha dicho el Hijo de Dios. Es lo que han experimentado los verdaderos santos cristianos, contra el poder de la multitud y la ceguera de las comunidades, cuales que sean. Y todos pagaron un alto precio por decirlo.

Nadie duda aquí que Castellani era un profeta, un hombre nacido para ser un filósofo y un escritor, pero forzado por una vocación superior, forzado por la llamada trascendente, a convertirse en testigo de la verdad. Testigo de esta Verdad y de esta Luz que nunca fue de origen humana y que los hombres que viven en la superficie siempre rechazaron. 

En el tiempo que viene, es decir ahora mismo, la luz y las tinieblas están luchando en una guerra sin gracias. Esta guerra que comenzó hace más de dos mil años está experimentando una rápida aceleración en el circo tragicómico que conocemos hoy en día. En este circo de lo Paródico, donde nada escapa a la parodia, este circo donde la violencia crece entre los grupos y crece entre las personas, este circo donde la preocupación por la verdad desaparece en beneficio de las fantasías individuales y colectivas, las tinieblas movilizan los hombres superficiales contra la realidad y contra el resto fiel.

Este resto fiel va a tener más y más necesidad de la Palabra verdadera de los apóstoles como Castellani, esos verdaderos hombres que parecen haber nacido como magnetizados por la grandeza, – últimas brújulas de Occidente que nos recuerdan a los puntos cardinales en la noche, que nos indican infaliblemente, durante el reino de la Barbaridad, los grandes polos magnéticos del pensamiento y de la Civilización – entre Atenas, Roma y Jerusalén.

Et voilà !, como dice Jack Tollers, el hermano siamés, o mejor dicho, el Dioscuro británico de Sebastián.

Les agradezco mucho por haber soportado mi pobre castellano y el crujido de mis dientes de leche. Que Dios los bendiga y nos ayude.

 

Erick Audouard

France, juin 2017